“Cuerpos situados a lado de extraños monumentos; parece que fueron pintados a modo de escala. En el acto de medir existe la acogedora voluntad de comprender el espacio en el que uno se encuentra. En las pinturas de C.V. Brumund algo más ocurre. La escala anula la medida y establece una relación melancólica en el paisaje; la de la pérdida en el espacio y el tiempo. El cuerpo desnudo expresa la fragilidad y lo efímero en lo vertiginoso.

 El espacio escultórico de la UNAM, testigo de una actividad volcánica inmemorial así como de las culturas originarias de México parece abandonado, como una nave espacial varada cuyos secretos resultan indescifrables. Por otro lado, una autopista casi desierta divide el paisaje; desde un puente, un cuerpo microscópico contempla la huella del hombre sobre la naturaleza, aquella ruta cuyo horizonte va hacia el infinito, pero que ha perdido su movimiento y su sentido original. En otra pintura, una mujer de pie se encuentra sobre una silla con forma de concha. Recuerda a la Venus de Botticelli, una huella del arte clásico vinculada a una antigua tradición, una silueta que, con una simple evocación, alcanza a hacer aflorar todo un pasado enterrado. 

Con sus pinturas, C.V. Brumund parece convocar fantasmas del futuro; testigos atónitos que contemplan el tiempo transcurrido al ir dejando huellas. Ella nos recuerda -como Durer y su alegoría de la melancolía hace más de quinientos años- que el acto creativo es aquella desesperada y maravillosa tentativa de encontrar una escala dentro del infinito en el cual estamos perdidos.”